Cualquier acto de ‘manipulación’ de fuerzas intangibles para consumar un
cierto efecto en un plano palpable, implica el canalizar con claridad una
intención. Cuando un individuo fija su energía en lograr un algo específico
parece que pueden ocurrir milagros –lo cual hemos visto acontecer en distintos
contextos, desde hazañas deportivas hasta épicas historias de vida–. Sin
embargo, y a pesar de que el poder de la intención es predicado con bastante
popularidad, lo cierto es que este fascinante fenómeno ha sido pocas veces
comprobado desde una perspectiva científica.
Por otro lado sabemos que la meditación es una de las tecnologías más
eficaces que tenemos a nuestro alcance para destilar nuestra atención y, en
caso de que así lo deseemos, fijar nuestra intención. Entre otras múltiples
bondades, el meditar nos permite allanar los conductos de nuestra mente y en
consecuencia proyectarnos hacia un punto con mucho mayor contundencia. En pocas
palabras, la intención y la meditación son dos recursos que al aliarse
mantienen una simbiótica dinámica que puede arrojar resultados asombrosos.
También hemos constatado que la voluntad colectiva potencia la ya de por
sí contundente naturaleza de este ‘fenómeno’ de la mente (¿o el espíritu?)
humano.
”A lo largo de la historia humana
se ha probado que la colectividad, dentro de casi cualquier contexto,
potencializa la intención. Al momento en que voluntades diversas son
sincronizadas con un fin específico sucede algo casi mágico que nos recuerda al
recurrido adagio matemático “el todo es mayor que la suma de sus partes” o, en
un plano poético, podríamos referirnos a este fenómeno como la tajante magia
implícita en el acto de unificar.”
La colectividad de algún modo alude a la naturaleza unitaria y a la
hiperconectividad que rige la existencia compartida de todo ser. Al emprender
algo en forma colectiva no solo estamos reconociendo que este modelo potencia
la individualidad (dos personas pueden lograr mas que una persona en el doble
de tiempo), sino que incluso es una forma de rendirle tributo a la noción de
que todo, todos, estamos unidos en un cierto plano (y por cierto ese plano
pudiera ser el más relevante de nuestra existencia).
De acuerdo a lo anterior, podemos hablar de un singular trinomio compuesto
por intención, meditación y colectividad. Y precisamente estos son los
ingredientes que involucra un ensayo realizado por John Hagelin, titulado ‘The
Power of The Collective’. Doctor en física por la Universidad de Harvard,
actualmente preside la Fundación David Lynch y es una de las figuras más
prominentes en torno a la meditación trascendental.
El Poder de la Colectividad
El ensayo parte de dos premisa especificas. Una se refiere a que los
índices de criminalidad están directamente relacionados al volumen de estrés
social que se registra al interior de una ciudad. La otra asume, de acuerdo a
múltiples estudios relacionados, que la meditación es una óptima herramienta
para reducir el nivel de estrés que experimenta un individuo, y que cuando este
proceso se experimenta de manera colectiva, los beneficios terminan impactando
no solo a cada uno de los involucrados en la práctica, sino que incluso se
derraman, de forma medible, en una cierta área alrededor del grupo de
practicantes.
Tomando en cuenta ambas premisas, Hagelin y su equipo decidieron
implementar un experimento en Washington DC. La capital estadounidense es no
solo famosa por ser una de las ciudades con mayor número de crímenes en el
país, también es sede de un particular fenómeno que se repite periódicamente:
durante la temporada de calor, es decir entre primavera y verano, los índices
de criminalidad aumentan (patrón que se debe a múltiples causas aún no
determinadas con exactitud). Y precisamente durante este periodo de decidió
congregar a un grupo de 2,500 personas con experiencia en meditación profunda
(número que por cierto terminó elevándose a 4,000 individuos ya que muchas
personas decidieron sumarse al grupo y aprender a meditar). La hipótesis que originaba
el estudio es que el número de crímenes registrados en la ciudad se reduciría
significativamente como respuesta a estas masivas sesiones de meditación –ello
a pesar de que en los seis meses anteriores la tendencia había marcado un
aumento en el índice de delitos–.
Colaborando con autoridades locales, el FBI, así como con expertos
criminalistas provenientes de reconocidas instituciones, entre ellas las
universidades de Maryland, Texas, y Temple, se llevó a cabo el experimento.
Para sorpresa de todos los involucrados y en contra de todo pronóstico
‘tradicional’, los índices de criminalidad se redujeron en un 25% (superando
incluso las optimistas expectativas de Hagelin y su equipo, quienes habían
contemplado un 20%). El éxito fue tal que el Departamento de Policía de
Washington solicitó firmar el estudio como uno de los autores.
Ya digerida la sorpresa inicial ante el fenómeno constatado en dicho
estudio, algo que resulta en un complemento fascinante es la relación entre el
número de personas que participaron en dichas meditaciones y el número de
habitantes que residían en Washington DC. Es decir, la atención/intención
orquestadas de solo 4,500 personas repercutieron en la dinámica social de
millones de personas. Lo anterior nos sugiere el enorme potencial de este
recurso no solo para combatir índices de criminalidad, también conflictos de
aún mayor escala, por ejemplo entornos bélicos. De hecho en su ensayo Hagelin
cita una serie de estudios realizados en los 80’s, que confirmaron que durante
los días en los que había mayor número de meditadores en el medio oriente, las
consecuencias del penoso conflicto entre israelíes y palestinos disminuían
notablemente. El primero de estos estudios fue publicado por la Universidad de
Yale, y se convocó a realizar investigaciones en torno al mismo fenómeno, lo
cual motivó que otros siete estudios similares se llevarán a cabo, todos
arrojando resultados en la misma dirección.
Por si el fenómeno no fuese suficientemente estimulante y, por qué no,
esperanzador, en estos estudios posteriores no solo se evidenció una
disminución en los niveles de violencia, sino que se redujeron los niveles de
cortisol en la población (hormona que liberamos en respuesta al estrés),
aumentaron los niveles de producción de serotonina, y se registraron positivas
variaciones bioquímicas y neurofisiológicas entre la población, como si de
algún modo los beneficios concretos del meditar envolvieran a toda la población
y no solo a aquellos que la estaban practicando.
La interferencia constructiva
Este principio fundamental de la física se refiere a lo que sucede cuando
un grupo de emisores se unen mediante una misma frecuencia. Por ejemplo, si hay
una bocina emitiendo una cierta onda de sonido y eventualmente se le unen un
par de bocinas más, entonces la emisión de las tres se multiplicará de manera
proporcional, al cuadrado, en una misma onda. Por lo tanto, en este hipotético
caso donde tenemos tres bocinas emitiendo una misma onda, el resultado que
obtendremos es la potencia equivalente a nueve altoparlantes individuales. Este
mismo fenómeno, la interferencia constructiva, se replica en los demás ámbitos,
ya sea que el rol de emisores esté representado por bocinas, antenas o personas
meditando.
La conciencia universal
Gracias a algunas de las más destacadas mentes de la humanidad, hoy
tenemos multiples modelos que alimentan nuestra noción de que todo está unido
mediante una especie de campo omnipresente, el cual es sede de un intercambio
permanente de información entre todos los seres. Ya sea la noosfera de Teilhard
de Chardin, la conciencia colectiva de Durkheim, los campos morfogenéticos de
Sheldrake, o los planos akashikos que retoma Stanislav Groff, cada uno de estos
modelos sugieren la presencia de este manto que nos mantiene esencialmente hiperconectados.
Curiosamente, aún estando familiarizados con este esquema de interconexión
ineludible, no deja de resultar sorprendente confirmar que estamos
permanentemente influyéndonos los unos a los otros sin necesidad de los
vínculos que se establecerían, de acuerdo a la ciencia tradicional, como
requisitos para que este intercambio sucediese. Ante este excitante enigma
Hagelin nos comparte su postura:
¿Pero cómo podemos explicar tal influencia a distancia? Hasta ahora no hay
respuestas claras, pero creo que la clave está en la noción de que más allá de
los límites físicos de la existencia humana existe un campo unificado de
conciencia pura, abstracta y universal. Y es en este nivel de realidad, de
mente no local, donde descubres que las características del espacio son
capaces, al menos en teoría, de consumar acomodos extraordinarios. Cuando
penetras hasta ese nivel el espacio comienza a cambiar, comienza a contornearse
en lo que conocemos como la espuma espacio-temporal. Y es aquí, en la continua
y espumeante agitación de la geometría del tiempo-espacio, donde los agujeros
de gusano se forman, y estos agujeros no obedecen la causalidad einsteniana.
Somos capaces de influir las cosas tanto en el pasado como en el futuro.”
Consecuencias de la interconexión
Tras conocer los estudios anteriormente citados y una vez transcurrido el
estado de estimulante perplejidad que pueden causar, parece inevitable
reflexionar en torno a las consecuencias de esta sublime hiperconectividad que
nos lleva a afirmarnos como unidad indivisible. Y en medio de este ejercicio
emerge una monumental sensación de responsabilidad: tus actos, pensamientos, y
palabras tienen un impacto directo en el entorno (y por entorno quizá nos
referimos al universo entero). ¿Así que, en realidad estás listo para
aceptarla? –la respuesta es solo una. Si estamos listos, de hecho estamos
diseñados para ello, sin embargo de ahí a que la asumamos existe aún un buen
trecho que solo cada quien, en lo individual, podremos recorrer.
Otra reflexión interesante que detona todo este fenómeno es una especie de
doble paradoja. Por un lado, más allá de épicos intentos por movilizar
masivamente a un grupo humano en torno a un objetivo ‘noble’, lo cierto es que
buena parte de nuestra misión está en ‘hacer lo que nos toca’ en lo individual.
Es decir, tal vez en lugar de utilizar tu energía enlistándote en ambiciosos
proyectos de evolución colectiva lo mejor sea, por ahora, poner verdaderamente
orden en tu propia vida, con medidas como afinar tu intención, disolver tus
miedos y hacerte uno con tu lado oscuro, teniendo así la certeza de que,
ineludiblemente, estarás contribuyendo con la colectividad (quizá incluso con
mayor efectividad que por la vía explícitamente colectiva). Y al afirmar esto tampoco
podemos dejar de considerar si el concepto de individualidad existe en realidad
(pues todos estamos influyéndonos mutuamente todo el tiempo).
Entonces por un lado parece que fortalecer tu unión contigo mismo y buscar
la congruencia de acuerdo a tu propio código de principios es la vía más
concreta para favorecer el famoso ‘despertar’ colectivo. Lo cual resulta en sí
paradójico. Pero la segunda paradoja radica en que una vez establecido este
camino, el de la evolución individual, entonces muy probablemente notarás que
la fuerza que estás utilizando para lograrlo es provista, en buena medida, por
la influencia que ejercen el resto de ‘otros yo’s sobre ti’, y en este sentido
jamás será una labor personal sino siempre unificada.
En fin, el futuro no es lo que solía ser, y su diseño depende de mí (que
soy tú), de ellos (que somos nosotros), y de todos (que somos uno en la nada).
Fuente: Omniverso Fractal